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domingo, 2 de abril de 2017

El Círculo que no cesa (A la memoria de Alejandro Castro)


Alejandro llevaba en la punta de los dedos aquello que solo podíamos alcanzar nosotros con los ojos cerrados. 


Después de todo, tal vez Alejandro sabía que la vida es como en un disputado partido de básquet.

Vas rodando por los días rumbo a ese destino que es la angosta canasta donde apuntamos todos. Redundantemente obvia como todo círculo. Ajena como aquella rama suspendida que se bifurca sin saber por dónde. Llámala canasta si quieres. Otros la llamaron por ti el ojo de una aguja que ningún ridículo camello nunca habrá de pasar.

Que es una pelota silenciosa en medio del patio sino una pausa dolorosa entre los anhelos. Los uniformes plomos del colegio lo saben bien. Por entonces el tiempo era solo ese instante que falta para echarla a rodar. Los plomos lo hemos visto. Y en la premura nos parecía que no siempre estaba él sino apenas sus manos devolviéndose en el redondo ritual al correr solitario hacia la canasta. El olvido de cuando estudiabas en el colegio tiene la forma de grietas pero de algún sinuoso remiendo de ellas se escabulle la figura de Alejandro para concluir aquella marcha que precede al vertiginoso salto. Abandona la certeza del rectángulo del patio en pos del incierto rectángulo del tablero en su cumbre de trescientos centímetros. Y éramos entonces una única pestaña entre cuadernos postergados mientras se consumía la eterna interrogante esférica entre sus manos piadosamente elevadas bajo el cielo del Callao.

Parece que te derrumbas Alejandro. Pero en verdad te elevas. Como en un partido de básquet.