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sábado, 19 de octubre de 2019

LA PALABRA DE VIOLETA*

A esa hora indeterminada en que todo parece confabular para una confidencia, la soledad perfecta entre mi tía abuela Violeta y yo dio pie a que pueda enterarme de una de ellas: Me contó que siendo joven pero estando ya casada venía a visitarla un médico cercano a la familia. Al principio no se daba cuenta que llegaba casi siempre cuando estaba sola en casa pero luego confirmó las sospechas de cuáles eran sus intenciones ocultas. Con ingenio femenino trataba que no se notaran los desplantes que le hacía al impertinente doctor pero solo conseguía que fuera más audaz en sus aproximaciones. Hasta que llegó el punto en que la situación se hizo insostenible y ella tuvo que decirle que ya no podría seguir viniendo especialmente cuando su esposo no estaba en casa. Fue cuando ese hombre impetuoso se plantó muy decidido delante de ella y desenmascarándose por completo le arrojó la pregunta que recordaría toda su vida: "Por qué me tiene inquina." Y entonces a mí tía abuela se le cambió la mirada recuperándola de esa lejanía con que se cuentan las cosas del pasado distante y la trajo de regreso a ese momento entre nosotros mirándome con más certeza."Y yo no supe qué responderle -terminó ella diciéndome- por qué no sabía qué cosa era inquina."

Cuando esa confidencia me fue otorgada como quien entrega un amuleto recóndito y se lo confía a otro para que lo custodie por él mi tía abuela era casi octogenaria y habiéndose casado a temprana edad, fácilmente ese episodio escabroso de su vida rondaba con poco más de medio siglo sepultado en un pudoroso silencio y ya revelado cobraba de esta forma una suerte de nueva existencia. Pero más allá de lo sórdido que parezca este conato de infidelidad a la que se vio expuesta lo que más me sorprendió fue que ella recordara esa palabra precisa con la cual fue abordada aún desconociendo su significado entonces y la perplejidad que sintió por el desafío que encerraba más que por el ímpetu del hombre que depositaba así la impotencia de verse un galán derrotado.

No cuesta mucho imaginar que luego de lo ocurrido mi todavía joven tía abuela acudió al diccionario antes que contarle lo ocurrido a su marido, si acaso tal cosa ocurrió, para arrebatarse la duda hasta quedar liberada de ella cuando dio con las palabras enlistadas en la letra I de ese oráculo impreso de significados por descifrar y supo por fin que inquina es aquella antipatía o aversión experimentada contra alguien y que le impulsa a tratarla de forma negativa o con rechazo. Y recién en ese instante pudo responder tardíamente la osada pregunta solo que no había nadie para oírla. Salvo que ese alguien tuvo que estar delante de ella poco más de medio siglo después.

Habrá transcurrido casi una década desde que mi tía abuela Violeta me confío esa intimidad hasta que el enfisema acabó con ella de la forma en que una vela se consume y agoniza en ese esbelto humo diminuto que la abandona. Y desde su partida hasta esta fecha en que escribo esto hay un número similar de años de por medio. Así, la palabra inquina, ya desprendida del azaroso contexto de donde emergió, ha resaltado en mis entrañables recuerdos desde hace unos veinte años. Soy como su custodio ahora mismo y si la vida me favorece tanto como lo hizo con mi tía abuela puede que con la debida licencia de la memoria esa palabra perdure un siglo entero entre ella y yo. Entre su pecho y el mío. Con una diferencia importante: Ahora no habrá diccionario ni sapiente manantial donde consultar el significado profundo de ese vínculo. Y desde la A hasta la Z se extenderá inútil el léxico que no podrá nombrarnos.

Es una simple palabra, ya lo sé. En nuestras dilatadas charlas intercambiamos miles de ellas. Paloma para su miríada de adornos con el atributo del vuelo arrebatado a sus alas de inútil porcelana. Foto para toda esa galería de muertos de su familia empecinándose a la vida en cada pared como una extraña enredadera sin raíz a la tierra. Cobre para el espíritu dentro de las monedas que tanto aborreció. Revolución, pastilla, pan, bastón. Todas eran como meros instrumentos con los que se dejaba entender y se valía de ellos para remediar los achaques de su vejez, acompañar su tibia soledad, endiablar de adornitos un anaquel estrecho, calumniar a un regalito llamándolo ofrenda, dilatar un recuerdo hasta hacerlo historia legendaria, abrazar con su voz al ausente. Pero entre todas esas palabras ninguna tenía esa simplicidad de bastarse ella misma para saber que representaba algo exclusivo sin necesidad de agregarle más como la palabra inquina que era para nosotros el rastro más evidente de la confidencia.
Habiendo sido atea como lo fue, sin aceptar ese soborno del cielo de una vida redimida por los buenos actos, su fe intacta debía tener algún destino. Algo más que en el bastón que la precedía para recargarse en él sin caerse, en la mano de la muchacha que le daba su remedio creyendo que de verdad lo era y no la sustancia que la mataría, en el día soleado que secaría más de prisa la ropa que a su avanzada edad ya no usaba pero hacía lavar por añoranza de otra época. Sobre todo su fe era depositada en el otro. Y aquellas veces sentados alrededor de todas esas reliquias de su vida una lámpara vieja proyectaba las sombras en el mismo sofá raído de siempre, en el candelabro herido sin uno de sus brazos en pos del techo que no alcanzaba nunca, en la muñeca gris que olvidó el rojo y el garbo, en el cenicero con su absurda cavidad sin cenizas, en ese listón que en otra vida fue adorno y ahora era el dudoso equilibrio de un portarretrato con su trozo de memoria exhibida pero a punto de renunciar a ella por el riesgo de irse de bruces sobre la mesita. Esas sombras de la lámpara vieja danzando sobre aquel pasado reclinado de tal manera, era la forma cómo el tiempo se reinventaba de nuevo en toda esa decadencia para apelar a la añoranza y a la confidencia que brotaban melancólicas en la voz de mi tía abuela y entonces el espacio que me separaba de ella era precisamente el salto de fe que depositaba no en una divinidad hechicera y superlativa sino en débiles criaturas de carne y hueso sensibles a la infamia y la traición pero también a la esperanza y al amor.

Puede que ahora yo sea una de esas criaturas traidoras por devolver con indiscreción el oro de su confianza. Pero también habrá de ser cierto que quien guarda para sí la vastedad de una sola palabra resume en ella la profunda admiración de su hacedora.

* Violeta Carnero Hoke Viuda de Valcárcel (1923-2010)

viernes, 4 de octubre de 2019

CHARO

                                           

Historia de esta historia: En un descubrimiento legendario supe cómo hacerle llegar un mensaje a la asombrosa mujer referida aquí. Y en otro descubrimiento, ahora el de ella misma frente a esas idénticas líneas, se deshicieron años de silencio y otros tantos de incertidumbre que solo unas vastas ensoñaciones se encargaron en su momento de apaciguar. Hoy, cabizbajo, comprendo que otras ensoñaciones más profundas será todo lo que me otorgue la vida para sobrevivir el resto de mis días lejos de su eternidad morena y caderas de fuego como el cavernícola que solo hace arte rupestre apartado de un mundo que acaso vivió. Transcribo el suceso:

   “Me he preguntado quién de nosotros es más valiente, si yo por atreverme a escribirte la carta pasada o tú por decidir leerla. Seguro lo has sido tú Charo porque yo solo fui una mano temblorosa abandonando un mensaje que hable por mí mientras que tú deshiciste la incógnita que encerraba sin todos esos reparos de quien escribe y enmienda y vuelve a escribir y vuelve a enmendar hasta encontrar la forma precisa en que lo escrito no le incomode a sus escrúpulos. Tú en cambio no pudiste elegir esa forma. Ni las metáforas que te nombraban. Ni los reproches que te alcanzaron. Ni el momento indiscreto en que te fue enviado. Y menos desde luego pudiste elegir a su escribidor.”

   “Yo sí hice todas esas elecciones por los dos, yo estuve del lado más ancho de la carta dejándote el lado angosto de su lectura inalterable, yo pude meditarla, colocarla a solo un clic de distancia y detenerla allí mismo, expectante antes de enviártela, empequeñecido por su desafío, con la esperanza de un náufrago que arroja su botella al mar para ser descubierto, con la culpa desatándose en horror de poder herirte, con el insólito poder de torcer tus pensamientos en un breve destino, y todo eso estuvo allí suspendido en el momento previo a enviarte el mensaje, en trance de ser o dejar de ser debajo de mi índice decisor en el sutil movimiento del mouse, aplazado por su efímera voluntad, postergando la duda con cada vuelta tras vuelta del reloj. Y entonces de esta forma azarosa decidí enviarte por fin el mensaje desde el precipicio de mi empobrecida realidad en pos de ti al otro extremo donde el arcoíris pierde sus colores, pero tú Charo no tuviste todos esos sobresaltos, y por eso creo que fuiste más valiente al leerme que yo por escribirte.”

   “He imaginado cómo esa línea del asunto en tu bandeja se abría paso entre toda esa soñolienta normalidad de correos con cada renglón de ellos dibujando lo cotidiano de tus días y entonces de pronto las letras de mi nombre trajeron el caos consigo. Y fue evidente al menos que en el asunto importaba más el quién lo dice en lugar de aquello que dice realmente, sea eso lo que fuere que eso signifique entre dos personas. De mi parte pocas veces o ninguna he recurrido a esa brevedad de poder resumir con mi nombre un contenido por lo que tan solo basta ese detalle para estimar el hecho singular de esa carta. Y vaya que lo fue. Me releí varias veces en días sucesivos y siempre encontraba una palabra no del todo exacta. Los despropósitos entorpeciendo las ideas con los giros extraños del avaro idioma.”

   “Supongo que sería justo decir que al revisar todos sus adjetivos, puntuación y declinaciones estuve como una novia pretenciosa en su noche de bodas exasperando mi paciencia hasta el último detalle de aquellas líneas con el empeño que tus ojos contemplen lo bello sin abandonar en lo posible el grito de la sinceridad. Espero que en mis palabras tú hayas sido los pétalos de una flor y una hembra detrás de siete velos tanto como un recuerdo fatigado en la búsqueda de sus por qué. Y espero que se me haya reconocido en esas mismas palabras como tu devoto admirador al pie de todas las vanidades de tu cuerpo y como aquel insomne que evoca tu nombre en una noche dilatada. Si todo esto ha quedado revelado en esa carta anterior entonces habrá conseguido su justificación más allá del hecho accidental de no haber sido contestada porque después de todo qué es el silencio sino una pausa pudorosa con que a veces se vale un afán para contenerse.”

   “Ahora caigo en la cuenta completa que esta es una carta sobre otra carta y no tiene en sí misma vida propia. Y luego la siguiente obvia constatación: para qué hacer una nueva carta de otra que no fue respondida. Si tuviera el descaro suficiente de dejar que los sentimientos hablen por mí podría decir sin más que me resisto a echarte de nuevo al olvido, pero como soy menos valeroso que eso debo inventarme una explicación que a su vez no me haga parecer el acosador en que pueda que me esté convirtiendo. Descuida Charo. Soy una persona que ama por sobre todo la libertad y mal haría en cuestionar la tuya propia. Voy a respetar tus silencios y no intentaré disuadirte. Nada diré de lo que ya dije antes acerca de querer saber de ti. Pero he pensado, con más ingenuidad que lógica, que tal vez pueda ocurrir lo inverso y seas tú quien tenga interés en saber sobre mí sin que necesites escribirme nada. Solo enterarte de lo que te diga y ya. Puede ser una diferencia innecesaria, que todo esté sobreentendido en la respuesta sin respuesta. O puede que el destino en su último recodo que tiene para nosotros nos obsequie este pequeño amuleto y a través de él y solo por él podamos seguir juntos.”

   “En el enlace que puedes encontrar debajo hay una guía acerca de bloquear remitentes en Gmail. Úsalo por favor para enterarte cómo puedes hacerme saber de una manera simple que no quieres leer nada que te envíe y acaba de una buena vez con este desvarío de pretender perpetuar lo imperpetuable que yo seré un ovillo desdichado en la cama solo un momento fugaz. Me resignaré, lo prometo. Pero si no usas ese recurso me habrás dado la señal de que podré escribirte de nuevo y aunque nunca me respondas seguramente habré de encontrar el encanto de ser quien toca una melodía sobre el tejado, sin otro coro que el de una pandilla de grillos entre los tristes arbustos y las matas que porfían, y minúsculos elevaremos entonces a la altísima Luna nuestras sinrazones que nos serán devueltas en luz portentosa derramada como una piedad del cielo a sus pobres criaturas.”

   “Una a una van acabándose estas líneas hacia la nada y lo cierto es que lamento no haber usado suficientes esdrújulas para que el final se aplace un poquitito más. Pero ante lo irremediable me gustaría decirte Charo que en este reencuentro, por más incompleto y breve que haya sido, te convertiste durante estos días inauditos en una presencia que no he podido eludir, ni en el ocio del mando a distancia que devela un escenario por otro en la oscilante pantalla del televisor, ni en el mendrugo de hambre que empuña un cubierto en las breves orillas de un cóncavo plato, ni en las aceras con su urbanidad extendida como una alfombra a ninguna parte donde las personas se pierden para tropezar con otras que también se perderán. Y ahora no me resta sino el retorno derrotado hacia las sombras y en las trémulas manos extendidas, con toda la sinuosa fe del invidente sabré de nuevo que mis intentos por encontrarte se hacen vanos.”


                                                                                                                         Con afecto, Dany