Joan, Joel y Carla:
Deben saber que hace poco reuní en una lista
muy completa a la gente que alguna vez había conocido de cerca y sean usuarios
de internet para enviarles una propuesta. Ahora que he sabido de ustedes
después de muchos años me sorprendió reparar que ni remotamente se me pasó el
considerarlos en esa lista.
Es obvio que ahora ustedes ya cumplían los
requisitos para integrar la lista y sin embargo no pertenecen a ella. He
pensando el por qué de esa omisión y me di cuenta que no obstante el largo
tiempo transcurrido, despreciando la realidad o quizá ensimismado por ella
misma, en mi mente ustedes eran aún los niños pequeños que yo conocí.
El tiempo pasa desde luego o peor aún te
sobrepasa, pero discretamente te aferras en creer que aún no se ha llevado
consigo todos esos años tal como los dejaste atrás y luego entonces comprendes
que el aparente olvido queda transmutado en una larga tregua entre este
instante y un pasado lleno de recuerdos vivos.
Si hubiera tenido que decirles algo importante
cuando los conocí supongo que les hubiera hecho un dibujo de ustedes tres
perseguidos por un dinosaurio que yo tendría sujeto por la cola con la promesa
disfrazada de protegerlos de los peligros del mundo. Ahora que son grandes he
de escribirles con las mismas letras que usan los adultos, los hombres y las
mujeres para firmar un contrato usurero, sentenciar una biopsia atroz o
declarar una guerra incruenta. De mi parte, adulto al fin, me alcanza este
pobre recurso para reconocer que yo no he sido para ustedes el que sujetaba la
cola de ese dinosaurio que debió acecharlos en su enarenada travesía rumbo hacia
alguna parte.
¿Me perdonarían?
Detrás de estas líneas, más allá de una vaga
anticipación, me los imagino a los tres descifrándolas una línea tras otra con
gestos que de poder verlos yo ahora no alcanzaría a reconocer si es que el
destino en su farsa no nos hizo ya antes tropezar en el absurdo de doblar la
misma anónima esquina, intercambiando el mismo billete peregrino tras una
compra indiferente, o con la efímera esperanza compartida de que cese ya la luz
del semáforo en ese cruce que no nos favorecía, todo esto sin saber que tal vez
de uno y otro lado pudiéramos haber estado alguno de ustedes y yo juntos pero
abandonados de esa certeza.
Ahora que dejaron de ser lo que fueron, ahora
que por fin alcanzan el piso al sentarse a la mesa, que aprendieron a
cepillarse bien los dientes (y quizá hasta de manera profesional), rompen un
vaso con la impunidad que da el dinero que lo repone, desnudan al de al lado
sin rubor o se interrogan por la noticia de un aburrido tabloide en lugar del
vibrante último episodio del Conde Pátula, ahora que son otros, sin dejar de
los mismos, los abrazo tiernamente, incrédulo y maravillado, desde este otro
borde del tiempo que tan ajeno parece.
Pero insisto, en realidad solo parece
ajeno.