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domingo, 31 de julio de 2016

MI CORCUERA (SEGUNDA PARTE)


Casa de Óscar Corcuera
FACHADA DE LA CASA DE CORCUERA. EL MURAL ES UN TESTIMONIO PÚBLICO DE SU ARTE. 


Ser el ahijado del profe Corcuera me dio una singular perspectiva para conocerlo.

Recuerdo por ejemplo haber subido junto con él unas gradas interminables luego de lo cual tuve un sobrecogimiento al ver cómo de repente, el vil cemento de las gradas se ensanchó en un espectacular verde que era ovacionado por miles de personas. Se trataba del gramado del Estadio Matute del Club Alianza Lima instantes previos a que el equipo hiciera delirar a su hinchada. De tan fantástica manera mi retina infantil recuerda su primera incursión importante en el mundo del fútbol profesional. Y Corcuera estuvo allí para hacerlo posible.

Precisamente debió ser aquella vez que nos contó junto con mi padre una desazón que tuvo con el club de sus amores, el Alianza Lima. Resulta que el arte de Corcuera se expresa más allá de su pincel e incursiona también en la música. Él también es compositor y una de sus creaciones es la polca “Alianza Lima Vale un Perú”. Yo recuerdo ese disco de vinilo de 45 y el nombre de Los Ases del Perú girando alrededor de la aguja del tocadisco que lo reproducía una y otra vez mientras escuchaba entre atónito y orgulloso cantar a mi padrino: “Hoy recordamos… a Villanueva, a Magallanes y a don José…” Y así reconocía su voz perennizada en ese círculo musical que seguramente también debo haber girado a toda prisa entre mis dedos introduciendo mi índice en el agujero de su centro en un juego de equilibrio mortal para la integridad del disco y que si hubiera tenido nombre este bien hubiera sido: “Dándole vueltas al pobre de Corcuera."

Como decía sobre la desazón de Corcuera con el Alianza Lima, esa polca se instituyó en todo un himno para el club de La Victoria y en mérito a su contribución al pueblo blanquiazul se le confirió el honor de otorgarle un pase libre a perpetuidad para él y sus acompañantes a todos los partidos que enfrentara el Alianza. Sin embargo este reconocimiento degeneró en atropello al inspirado compositor pues me contó que al llegar a la puerta de ingreso su pase libre era escrutado como si de una falsificación se tratara con la evidente indignación de su portador. Redujo entonces a pedazos ese pase y desde entonces el cantor de las glorias del Alianza prefirió descender de su ensombrecido pedestal y en las colas de la boletería del estadio resumió su dignidad.

Y cómo no, hemos peloteado juntos en el jardín de mi casa. Yo no podía entender su habilidad con la pelota pues como hacen los basquetbolistas la hacía girar bajo la magia de su índice en lo que para mí era un espectáculo de levitación. De pronto con ambas manos en la espalda a la altura de la cintura como si estuviera esposado desaparecía de mi vista el balón para enseguida verlo reaparecer por encima de su cabeza sin que él agachara su cuerpo ni hiciera ningún esfuerzo visible para darle a la pelota tan inusitada trayectoria.

Y es que tal dominio se explica porque el profe Corcuera mucho antes de descifrar los matices del arcoíris en su paleta de colores, se desvivía de muchacho por otro arco de hechura más mundana: El arco de fútbol. Cierta vez me contó que se presentó a una prueba para ser admitido como arquero en un club de fútbol, muy probablemente el propio Alianza Lima, y como lo vieron flaquito y muy tierno le advirtieron: “Te vamos a dar de cañonazos, pero tú, no te asustes.” Pero nuestro Pincelito no “arrugó” sino que por el contrario con coraje se lanzaba en vuelo acrobático para detener esos auténticos misiles que hubieran empalidecido al más pintado. Desde luego yo abrigo la irreverente sospecha que la delgada humanidad de Corcuera lo ayudaba a dejarse transportar por el viento para atajar semejantes pelotazos…

Cuando yo nací y entre mantas y pañales no era más que una interrogante del destino, mi padre, compañero de promoción de Corcuera, lo eligió para que sea mi padrino de bautizo. Con una fe a pesar de toda esa incertidumbre que por entonces era mi vida él me acogió. Hoy, poco más de cuatro décadas después, él encanecido, y yo por encanecer, le dedico estas magras líneas como un testimonio que esa historia en blanco que fue el día que se hizo mi padrino ahora está llena de recuerdos. Una historia personal que yo evoco ahora con admiración, nostalgia y aprecio.

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