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martes, 12 de septiembre de 2017

MI PRIMER AMOR DESPUÉS DEL AMOR


La misma ciudad que acogió tus recuerdos termina arrebatándolos. Hace mucho tiempo atrás ella era una cintura tibia, la delgada manera en que mis manos conocían la otra mitad del mundo, un suspiro dilatándose en la madera de ese árbol enamorado, las muchas formas de decir que sí cuando solo decía sí. Eran los días del último sorbo de una taza de té que descubría el fondo de tus pensamientos.
Recorro la ciudad de los mil rostros buscando el suyo. Las esquinas que ocultaron el suspenso con la certeza de sus ángulos, la inquietud que nunca se incorporó del respaldo de la banca en los parques, los días transcurridos en la misma inmutable piedra. Con el humo de los autos en las vastas avenidas se eleva mi interrogante. Cuál de estos mil rostros de la ajena urbe me mostrarán el suyo, en qué penúltimo peldaño de los olvidos aún se empeña la memoria.
La gente custodia en sus bolsillos el dinero que le abre todas las puertas. En alguna parte de ese noble fondo habrá de encontrarse también entonces la respuesta a todas tus dudas. Será por eso que los taciturnos hunden las manos en los bolsillos cuando vagan sin rumbo. Apelo al ardid.
Andando en las calles que alguna vez compartimos, tras la prisa apremiante de las ambulancias y el esbelto cesar de los semáforos, los niños, las flores, y el escarlata, bajo el mismo cielo que pusimos de testigo de nuestras promesas de amor, me alcanza la extraña sabiduría de pensar que quizá ella ha quedado tiernamente reducida a una evocadora mancha en la pared donde se posa la nostalgia de una mirada perdida, o tal vez a una discreta grieta sensible en la mesa de noche entre el abandono de unas pastillas y el chorro de luz devota de una lámpara vieja.

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