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miércoles, 18 de septiembre de 2019

CAMINO HACIA TI

                                                     



   Recordarás cómo deshacíamos la distancia entre nosotros tan solo caminando. Para qué movilizarse en autobús si cuando se anda cada paso que das es una declaración de tu ser. No te dejas llevar por el otro en su ocioso trajinar del volante por la ciudad. No eres sometido a un destino impropio sino que más bien vas en su búsqueda y el deseo en las sienes es tan fuerte que rueda por tus entrañas y cae en tus pies que te llevan por delante. Una y otra vez. Y entonces cada final de una calle era una meta derrotada en pos de ti. Y cada acera un nuevo peldaño hacia tus labios. Y cada avenida  surcada por la peligrosa premura de los autos era una breve postergación de la muerte para celebrar la vida que me quedaba junto a ti.


   Todos esos postes en la ruta con su vigilia erizada al cielo, sembrados como árboles de cemento a los que les arrebataron el derecho de crecer y un día el vértigo desde donde nos miran les hizo comprender que ya eran grandes. El perro que con su hocico aplastado contra alguna puerta me presagiaba y luego iba delatando mi presencia como el pregonero de otras épocas que proclamaba la solemne marcha enamorada rumbo al castillo de una doncella. La viejecita de la esquina que un buen día no sobrevivió a su bastón que ya comenzaba a envejecer por ella desde una mampara olvidada. Aquellas casas hurañas de muros espigados para que no trepen por ellos nada salvo la envidia y a veces el rumor. Una licuadora en marcha para enmendar el hambre de aquellos seres invisibles del otro lado, en mesas insospechadas, de vajillas enclaustradas, de palabras sin eco. El césped recién cortado y el que creció después de que lo podaran. La luna siempre rajada. El cartelito de venta de maquillaje. El mismo juguete en la tienda de juguetes. Vez tras vez, día tras día, paso a paso, todas estas cosas se me eran reveladas camino a ti, precediéndote siempre en una antesala de detalles, pero todas ellas al fin y al cabo vanas dilataciones del instante en que este peregrino del amor coronara el último enflaquecido paso para que como el dromedario al final de la polvorienta caravana extinguiera su sed en tus besos.


   La noche en sus tesoros me devolvía luego extendido en mi cama vacía y entre la almohada y el techo suspiraba un breve adiós. Quizá el sueño con su embuste de terciopelo me concediera una tregua pero la mañana traía consigo las alabanzas de las aves por un nuevo día y la certeza de una distancia. Y de nuevo el deseo en las sienes echando a andar los pasos, rindiendo el cuerpo a la sentencia de doblar a las izquierdas y a las derechas con que la ciudad condena a sus habitantes pero en busca de la libertad redentora de ser amado, siendo ese gigante que estropea la disciplinada fila de las hormigas en el caliente asfalto y pronto empequeñece al borde de todas tus curvas, el urbano peatón de cuello de camisa doblada con pulcritud sobre la chompa que dejaba escapar al delirante topo excavando bajo tu piel.


   Para cualquier observador esa ruta entre tu casa y la mía puede parecer lo evidente: la distancia entre un punto y el de más allá. Pero yo que fatigué esas calles y vi a mi sombra desaparecer muchas veces en el deforme chorro en que morían las casas sobre el suelo por la tarde, yo que me hice un lugarcito en esas aceras para dejar intacto el codo y el pie, la puerta indiscretamente entreabierta, al gato somnoliento que repasaba sus muchas vidas, al niño y su tembloroso dibujo con líneas para brincar sobre él, comprendí con el tiempo que cuando amas a alguien como yo te amé a ti, fuiste bastante más que una belleza aguardándome al final de un largo camino. Tú eras ese propio camino de  muchas maneras inverosímiles y en la esquina y el árbol encontraba todas las formas con que deletreaba tu nombre.

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Para Eddit Burga Guti

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