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lunes, 9 de abril de 2018

XIMENA, SEÑORA DEL MAR

Acaso una palmada en el hombro
conduce mis pasos hasta alguna arenosa playa
un sol incendiándose a lo lejos
un rumor de olas derrotándose cerca
una efímera brisa embriagándose conmigo
la espuma encaprichándose en siniestras formas
cóncavos silencios encrespándose sobre las aguas
una tibia esperanza enajenándose en el aire
tal es el susurro de cierto enigmático canto.

Entonces se me asoma la certeza
de pertenecer a la misma dinastía de Ulises
que bajo otras estrellas
le urgió el hechizo de alguna legendaria criatura
de quienes se dice que a los mortales
se les está impedido de amar bajo la cintura
a causa de un anfibio impedimento.

Entre la incierta línea
donde la arena deja de llamarse arena
para llamarse mar
donde el mar se repliega
para ser de nuevo arena
entierro mis pies
minúsculo en las fauces del horizonte
y mirando al infinito
me derrumbo en esta plegaria:

Ximena, señora del mar,
tu linaje de unánimes naufragios
y de súplicas de aire
se enmohece en los puertos sin retorno
y gime en las bibliotecas de los siglos
hacia él se descuelga mi humanidad
con un póstumo imperativo en los labios:
mi vida toda
por un instante de eternidad entre tus muslos.

Ximena, señora del mar,
yérguete de tu trono de tu coral
cesa tu húmedo reinado de algas y de burbujas
ondula entre los arrecifes
zigzaguea los cardúmenes
surca los siete mares
magnifica tus adioses a las merluzas y atunes
a los merlines y a los hipocampos
y cuando el Pacífico se llame así en tus sienes
emerge a este mundo seco de pájaros y vientos
y contempla este sol mío del que te llega
si acaso solo vagas sombras.

Ximena, señora del mar,
que el horizonte sea el écran
por donde te vea llegar
encargo a tus cabellos
el don de la embajada de tu arribo
que yo sabré cuando se me endiose el pecho
que habré conocido tu rostro.

Ximena, señora del mar,
diluye con tu acuoso andar
este infranqueable tramo que nos distancia
que te precedan las olas y la espuma
como tu cortejo señorial
que no hay ardid posible de cera en los oídos
ni atadura a mástil alguno
que incumplan la sentencia
que el destino me tiene contigo.

Ximena, señora del mar,
hiende las aguas hasta lo más profundo
donde sumerja mi anhelo mientras llegas
que será mi moneda arrojada en la deseosa fuente
empobrecida en plebeyo cobre mientras rueda
en pos de tu piel de ensueño.

Ximena, señora del mar,
desembarca la proa de tus pechos en la costa mundana
conmemora al llegar la elegía de ancestrales criaturas
la noche del día que repudiaron sus agallas
soplen los cielos el mismo barro de Eva
en tu iridiscente identidad marina
claudica ante el vértigo de los que no flotamos
arrastra en tu voz
la misma capa hispana que caminó Borges
y habita este país de sedientos
que medran a la vera del ingente sorbo del océano.

Mira el oro del tigre y el bronce de la espada
nombra castillo al castillo y lucero al lucero
que tus labios estrenen un génesis perpetuo
frunce tu ceño ante el artilugio del paraguas
resuelve el por qué de las rosas
sorpréndete de esta pulcra realidad que no devuelve
dos botellas donde solo hay una
y encuentra en la contraseña encubierta de una llave
la angosta libertad de esta pedestre tribu de peceras
que cuando se empoce la nostalgia en tus ojos
del vasto silbo del mar
en el cuenco de mis manos te resumiré todas las aguas.



Y por fin
cuando se obre el prodigio 
que imploran estas arenas enamoradas 
y germines en la playa
convertida en insólita criatura de este mundo 
con una invertebrada concha por todo vestigio
de la afrenta por declinar a tu raza
que acaso un iracundo tridente pretenda reivindicar
entonces que un tropel de serafines reinventen su soplo
en el valle de tu invicto cuerpo
escurriéndose en cataratas
al pie de mi mortal asombro.

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