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jueves, 13 de septiembre de 2018

CARTA A UNA DESVALIDA




Ya no serás nunca una anciana. Ni serás abuela. Ni habrá nietos que pregunten por ti. Ni leerás el cuento para arrullarlo porque no habrá nadie para arrullar. Y la pelota enmudecida dilatará su forma en el rincón. Y el trajecito urdido con palitos de tejer y una manta sobre el regazo lo vestirán otros que tú no conozcas.

La copa del brindis en la última medianoche tendrá delante una silla vacía. Los buenos días anochecerán en todos tus silencios. En vano te buscará el perdón y se hará rencor u olvido. El tiempo pasará en el lomo de tus gatos y adonde vayan siempre será mañana. Y la jarrita de tu mesa en otra mesa saciará otra sed.

El lenguaje ya no te nombrará. Dirán tu nombre y no podrán llamarte. Dirán tu nombre y tropezarán con el ahora ahora hasta rodar en el ayer. Dirán tu nombre y serás memoria. Serás memoria y luego olvido. Serás olvido y luego recuerdo desollado.

Y empequeñecida tiernamente en el portarretrato, reclinada en el dudoso equilibrio de su metálico espaldar con una cresta púrpura en los bordes por todo abrazo, entre floreros y otras fotos, entre cóncavos ceniceros y el ruego de una estampa, entre el polvo y las telarañas, te alcanzarán los pétalos de esa flor que una mano doliente depositará por ti.

Y sí pues. Has decidido este resignado desenlace querida amiga. Echarse largamente en la cama es tan parecido a morir. Así cuando la muerte llegue no habrá sobresaltos. Ni caídas. Ni más caídas. Ni golpes. Ni más golpes. Ni dolor. Ni más dolor. Ni el suelo será un abismo en el que te derrotas. Ni los brazos irán a recuperarte cuando ya no habrá nada por recuperar.

Vendrá más bien silenciosa a buscarte, encrespándose en pos de tu lecho, cabalgando indómita como una profecía desenterrada con el bronce de su espada desenvainada en cuyo brillo se deforme tu último pálido reflejo. Que otros le teman. Que otros la escabullan.

Y en el crepúsculo, debajo de tus sábanas reposará por fin la paz.

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